lunes, 4 de febrero de 2013

Mi relación de Amor/odio con Bogotá


Yo amo a Bogotá, partamos de eso.  A Bogotá le debo todo lo que soy como profesional, como deportista, como experto en pedagogía.  Gracias a Bogotá tengo una visión panorámica, amplia y progresista del mundo y de la vida. En Bogotá están mis hermanos, mis amigos, las novias que tuve alguna vez, los colegas del deporte.  Y por su crudeza, dificultad de abarcar, abanico de opciones de todo tipo y el canibalismo laboral en todos los sentidos, Bogotá me hizo competitivo, me puso alerta, me mantuvo actualizado y “en forma”, me enseñó a adaptarme al cambio, a no sentirme confiado ni “en confort”, realmente me preparó muy bien.  Me siento muy satisfecho con el resultado de más de 20 años de vivir aquí.

Entonces, ¿Por qué mis ganas de irme?  ¿Por qué mi hartazgo de la ciudad?  ¿Por qué evitar intencionalmente el dejarme seducir por todas sus ventajas?  Yo lo tenía comprendido a medias, especulando unas veces una razón y otras veces otra.  Pero hace un par de semanas que me di a  la tarea de responderme estas preguntas frente a una circunstancia que se me vino encima de súbito.   Llegué a algunas conclusiones.

1.      Mi amor por Bogotá es cosa de otro tiempo.  Pero no otro tiempo de Bogotá, sino mío.  Otros años en los que necesitaba vivir lo que Bogotá me ofrecía, pero hoy no tendría sentido vivir eso nuevamente
2.  Lo que más disfruto de la ciudad no son las cosas que la ciudad ofrece per se.  Es decir, podría disfrutarlas en otro lugar
3.      Lo que menos disfruto de Bogotá difícilmente se encuentra en otro lugar del país, y permea, contamina y deja intragable al resto de inconvenientes y a todas las ventajas
4.      He tenido la opción de resignarme a soportar una o dos orugas para poder disfrutar de las mariposas.  ¿Pero si ya no me gustan las mariposas?

Cuando era estudiante no me gustaba de Bogotá el hecho de ser una ciudad ruidosa, contaminada, llena de gente hostil o indiferente, que vive de afán y anda en una vorágine de trabajar, trabajar y trabajar, para producir, producir y producir, que permite consumir, consumir y consumir, y luego presumir, presumir y presumir, con el estómago más lleno de vanagloria que de comida.

Eso ya no me molesta.  Y no porque Bogotá haya cambiado hacia una dirección más sensata de su población, sino porque me volví el tipo adaptado a la ciudad ruidosa y contaminada, me volví el tipo hostil e indiferente que vive de afán y que anduvo en esa vorágine de trabajar (más como presa que como depredador), pero supe mantenerme a salvo del consumo, la presunción y la vanagloria.  Ahora me importan un rábano, y he tenido la fortuna de estar donde importen un rábano, pero no siempre se tiene esa suerte

Tampoco me molestan, per se, los huecos, los trancones, porque por fortuna he decidido no tener carro y me he mantenido ahí, además de haber procurado vivir cerca del trabajo para evitarme esas frustraciones, pero no siempre se puede. Inseguridad hay en todos lados y se puede evitar en gran medida “no dando papaya”.  El ruido que se vive a veces no se compara con el que sufrí en Riohacha durante cuatro años.  ¿Entonces?

La gran decepción, aquello que me agua la sopa, lo que hace que a mi sonrisa le dé dolor de muelas, es precisamente lo que ha hecho de Bogotá una gran ciudad, cosmopolita y vanguardista a pesar de los retrógrados que le pululan.  La razón para no querer a Bogotá es que:  ¡¡ Es ENORME !! y  ¡¡ES MUY DENSA!!  Y finalmente:  El ritmo de la ciudad es tal que ¡¡NO HAY TIEMPO!! Ese es el vidrio que está dentro del pastel, y el que no deja disfrutar lo bueno y agrava lo malo.

¿De qué sirve tener 100 salas de cine y 50 teatros si no te queda tiempo ni de revisar la cartelera porque vives a más de una hora de un trabajo que te exprime la vida con crudeza por más de 10 horas al día?  ¿De qué sirve tener eventos como la feria del libro (O cualquier otra exposición de ese tamaño)  si para un trabajador promedio (45 horas a la semana, que son los menos porque otros hemos tenido cargas superiores) le queda imposible entre semana e impráctico los fines de semana?  ¿De qué sirve tener tantos museos si están estratégicamente ubicados para que llegar hasta allá sea una odisea que te consuma más horas de las que vas a estar contemplando las obras?

Ir a cine a la mejor cartelera de Bogotá pasó de ser una actividad de grato esparcimiento para convertirse en una odiosa travesía que puede consumirte de cuatro a seis horas (A menos que vivas o trabajes a pocas cuadras del Avenida Chile).

El problema de la falta de tiempo se nos viene encima cuando queremos hacer algo medianamente productivo en el tiempo libre  ¿Estudiar?  Los que lo intentan se quedan sin vida hasta que finalizan estudios.  ¿Tener pareja?  Con suerte se puede si estudia o trabaja al lado (lo cual tiene sus enormes desventajas).  ¿Tener un hobby?  Se puede, siempre y cuando el hobby sea trabajar horas extra (no pagadas, está claro).  ¿Hacer deporte?  Quizá tenga la suerte de que haya un gimnasio cercano a su casa, y estará repleto a las horas que puede ir.  ¿Ir a eventos, fiestas, reuniones?  Sacrifique algo de lo que ya tiene, por ejemplo el sueño o el tiempo con su familia.

El solo hecho de ver en el transporte público que las mujeres se maquillan, unos estudiantes aprovechan para estudiar en el bus, una buena porción aprovecha para terminar de dormir porque el madrugón no se lo permitió, y muchos tratan de mantener a flote su relación de pareja por teléfono o chat, son ejemplos de cuánto tiempo falta a todos en una ciudad como esta

Lo ideal sería tener un trabajo por horas, de medio tiempo, o de 6 horas al día, para poder disfrutar la ciudad, pero quienes tienen esa suerte (yo lo consideraría suerte) aprovechan el tiempo libre para seguir buscando trabajo, y a veces lo encuentran y resultan con cargas de 12 horas y trabajando fines de semana.  Peor que antes ¿Por qué lo hacen?  La mayoría de las razones derivan de esta:  ¡¡BOGOTÁ ES MUY CARA!!  Una salida de pareja con taxis de ida y vuelta, cine, y cena, sin ser plan austero pero tampoco derrochador, puede llegar fácilmente a la cuarta parte del salario mínimo.   Ese mismo cálculo en cualquier otra ciudad del país no llega a tanto.

Entonces llego a las siguientes tres conclusiones, que tendrán pocos detractores:

1.      Bogotá es una excelente ciudad para estudiar en la universidad, en especial si estás en una de las mejores del país, como mi amada Nacho.
2.      Bogotá es la mejor ciudad para vivir los primeros años de experiencia profesional, mientras te haces un nombre.  Se aprende bastante, se mantiene actualizado y competitivo, se le coge el ritmo al mundo
3.      Bogotá es una excelente ciudad para visitarla como turista.  Eso sin dudarlo.  Ojalá todos las personas pudieran conocer la capital

Pero la siguiente, quizá sí tenga muchos detractores, pero es mi conclusión final:  Bogotá no es una buena ciudad para vivir toda la vida si tu idea de calidad de vida implica tener tiempo libre para varias cosas diferentes al trabajo.  Yo siento a Bogotá como una ladrona que en un parpadeo me roba todo el tiempo que tenía para hacer el montón de cosas que quiero.

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¿Y a qué se debió esta retahíla?  Fue sencillo:  Me ofrecieron un trabajo que implicaba irme de Bogotá y acepté de inmediato.  Estaba bastante contento con esa posibilidad y ya estaba organizando todo para irme definitivamente.  Pocos días antes del día D (D de día), me dicen “Hemos decidido que mejor te quedes en Bogotá”, y mi cara de desconsuelo y aburrimiento (por no decir “mamera”, que me daría pena) fue tal que no solo me preguntaron cuál era mi problema con Bogotá, sino que se buscó la manera de permanecer como la guayabera:  Por fuera (de la ciudad).  Y la pudimos encontrar.

Así que ahora vivo en una ciudad pequeña, con todas las ventajas sobre el tiempo libre que siempre quise, y que buscaré la manera de aprovechar al máximo.  Lo mejor es que no es tan lejos de Bogotá, así que de vez en cuando podré ir de visita a disfrutar algo de esa ciudad que amo tanto.

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